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El Último libro de Manuel Carballal ¡¡YA A LA VENTA!!
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B. T. tiene 28 años de edad, es casada y natural de un pequeño pueblo de una provincia castellana. Actualmente reside en Madrid. No se pueden recoger datos de antecedentes familiares con carácter patológico, ni psicopatológico. Tiene una niña de 5 años, que está sana.
La familia describe a esta enferma como de carácter retraído y un poco «parada» en la conversación. Tiene tendencia a estar pensativa, dándole demasiadas vueltas a cualquier cosa que tiene que hacer y que para los demás no reviste importancia alguna. Es muy activa y dispuesta en la casa, muy ordenada — en exceso— como es propio del carácter depresivo. Ella no recuerda haber tenido más enfermedad que el sarampión. Menarquia tardía.
La familia describe a esta enferma como de carácter retraído y un poco «parada» en la conversación. Tiene tendencia a estar pensativa, dándole demasiadas vueltas a cualquier cosa que tiene que hacer y que para los demás no reviste importancia alguna. Es muy activa y dispuesta en la casa, muy ordenada — en exceso— como es propio del carácter depresivo. Ella no recuerda haber tenido más enfermedad que el sarampión. Menarquia tardía.
Acudió a la escuela hasta los 18 años, aprendiendo como las demás chicas de su edad. La escolaridad fue buena y ahora puede decirse que es una mujer culta para el medio en que vive. Hace trece años que reside en Madrid. Bien adaptada al ambiente de la capital. Su marido trabaja en un buen oficio y no hay problema económico alguno. Tampoco hay problemas en el matrimonio.
Días antes de la Semana Santa anterior al día en que acudió a la consulta, e ingresó a continuación en nuestro Servicio, fueron a verla unos primos suyos y le comentaron algunos textos de la Biblia, según su modo de interpretación, afirmando, por ejemplo, «que la Virgen María se había casado dos veces y que el que mata tiene a su vez que ser muerto». Pertenecían los primos a la secta de los Testigos de Jehová. Le entró mucho miedo. Veía como sombras.
Pensó que Dios es muy bueno, pero que no era como ella creía antes. Después de la visita de los primos empezó a reflexionar sobre sí misma. Se creía muy mala. Pensaba que debía castigarse por ello. ¿Cómo castigar su maldad? Se encontraba muy triste, con una tristeza especial que ella no sabe definir, pero que no había conocido antes. «Era una tristeza diferente de las otras tristezas», dice textualmente. En este caso, como en muchos otros análogos, se pueden contemplar los diversos tramos que se recorren en el camino de la brujería. B. T. comienza una depresión.
Se siente mal sin saber por qué. No sabe siquiera definir ni la localización, ni los caracteres de su mal. No tiene motivos externos y no sabe a qué atribuir sus molestias. Su marido sigue trabajando normalmente. La niña está sana. B. T. se pregunta una y otra vez qué es lo que le pasa. No tiene fiebre, sino sólo ese malestar difuso que no sabe calificar. El médico de cabecera la ha explorado «sin encontrar indicios de enfermedad».
Le he preguntado con interés si tenía algún disgusto, si algo iba mal en su casa, su marido o su niña. «Nada, no hay nada. Todo va bien.» La atormentaba mucho lo que le ocurría, tan inexplicable y tan sin justificación. Los parientes de su marido volvieron a verla y ya entonces le hablaron más detenidamente del credo de los Testigos de Jehová. «El Fin del Mundo se aproxima», afirmaban. Ella se quedó muy impresionada por esa idea. Cada día se iba sintiendo peor. La volvió a ver el médico y no encontró nada que hiciese sospechar una enfermedad. Pero B. T. cada día se sentía peor…
Al comienzo de su crisis se encontró con menos ganas de hacer el trabajo de la casa. No estaba activa como ella era. Todo trabajo le obligaba a un gran esfuerzo. «Mi vida no es como antes.» Externamente sí, pero no en su interior. Cada vez estaba peor de ánimo. Repasaba los últimos días como si se le hubiera olvidado algo, por si le había ocurrido algo que motivase su estado. No lo encontraba. Su marido había vuelto de su trabajo con un tono alegre y se entretuvo con la niña. A ella no le entretenía nada. Se notaba triste sin saber por qué. No era una tristeza como otras veces en la vida, repite. «Era como un peso, como algo muy pesado que la envolvía.» Ya no podía disponer de su quehacer como antes. Todo se le volvía pesado y cada vez menos soportable.
Tan triste se encontraba, que su marido lo notó. Un día le preguntó si le pasaba algo. Ella contestó que no, pero «por dentro no se encontraba bien». Y así, en pocos días, B. T. se sintió más claramente triste, hasta desesperada… Su malestar y su tristeza aumentaron rápidamente. El marido quería llamar de nuevo al médico de cabecera. Ella lo impidió, pero poco a poco el día se le hacía más difícil de soportar. La verdad es que los ratos peores los pasaba por la mañana. Ya al atardecer, quizá porque su marido regresaba a casa, parecía mejorar. La tristeza aumenta más y más. De nuevo le volvieron a visitar los parientes de su marido, los «Testigos de Jehová».
El marido no estaba en casa y entonces le hablaron más detenidamente de lo que su grupo significaba. Y de nuevo, la idea que se le quedó más fija fue la del «Fin del Mundo». «Y si el mundo va a terminar — se dijo— , ¿qué sentido tiene que me prolongue la vida?» Estuvo tres o cuatro días con esta idea fija. «¿Qué sentido tiene prolongar la vida?», y, «¿Para qué vivir?». Sentía tener que dejar a su niña en el mundo. No se atrevía ni a tocarla. De repente se dijo: «La vida no vale la pena de ser vivida. Es un hondo sufrimiento sin justificación. Y sin embargo, estaba contenta de tener a un marido tan bueno y a una niña tan hermosa.» De repente y como en un rapto, cogió la escopeta de caza de su marido, se la dirigió hacia la frente y disparó. Tenía puestos sólo dos cartuchos. No recuerda si fueron dos los que se disparó. «Dos o uno», repite.
Cayó herida en el suelo. Los vecinos acudieron al oír los disparos de la escopeta. B. T. estaba gravemente herida. La llevaron rápidamente al Hospital, donde estuvo internada en Urgencia. Luego en «cuidados intensivos». Cuando curó de sus heridas, la ingresaron en el Servicio de Psiquiatría. En una nueva entrevista me dice: «Desde pequeña he debido ser muy mala. Creo que soy el demonio.» Y añade entre lágrimas: «Hasta ahora he vivido a ciegas, no me he dado cuenta de cómo era…»
«Mis padres son mucho mejores que yo. Unos padres buenos no pueden tener una hija mala, tan mala como yo.» «Tengo conmigo a una hija, pero ahora sé que tampoco es hija mía. Bueno, no estoy segura de que sea hija mía. Ni sé si está, ni cómo estará.» «Creo que no debía haberme casado.» «Una bruja no debe casarse.» «Ni sé si estoy casada. A la iglesia sí que fui, pero eso no es casarse.»
El marido, que la acompaña, confirma todos los datos anteriores. Ha sido siempre un matrimonio feliz y sin problema alguno entre ellos. Tienen piso propio, automóvil «y hasta ciertos ahorrillos», dice. Afirma también que parecía siempre una mujer feliz «hasta que le sobrevino la enfermedad ésta». El marido está convencido de que las cosas que dice su mujer son «bobadas» propias de una enferma. «Lo que hizo también es de enferma.»
Los tiros que se disparó como decíamos más arriba le alcanzaron el ojo izquierdo y la parte correspondiente de la cara. Estuvo en un Hospital quirúrgico y luego en un servicio de Oftalmología para que le hicieran la prótesis. Cuando se le pregunta a la enferma por las razones de este accidente, contesta que creía que los policías la iban a coger y para evitar que la matasen prefería darse muerte ella. Ocho días antes del accidente, la enferma estaba muy llorosa. Cuando se le pregunta sobre ello apenas responde y está como alejada del médico que toma los datos de su historia clínica.
Al preguntarle por su ingreso en el Servicio, ella dice: «Yo sé que vine con alguien, pero no sé con quién. Hay personas que no son ni una cosa ni otra.» Se le dice que vino con su marido. «No, él es otra cosa. Yo he hablado con mi marido de todo esto y a la niña le he dicho que no era mía, que no era hija mía.» «Hay algunos que se arrepienten a tiempo y son santos. ¡Ya es tarde para mí.» «Desde entonces he tenido miedo — se refiere a la visita de los primos— . Vi que existía Dios y que el demonio era como un gato negro encerrado en una habitación muy oscura.» El médico que hace la historia trata de tranquilizarla porque comienza a sollozar. «Creo que soy el demonio porque he sido tan mala que tengo el demonio dentro.» Sigue llorando y dice: «Quise deshacer el producto del parto y por eso la niña no es mía.» Comienza el tratamiento y en los días siguientes se encuentra menos inhibida y llorosa.
Habla con más soltura. Duerme bien gracias a la medicación. Tiene buen apetito. Se refiere al uso de anticonceptivos durante algún tiempo, sin dar al hecho la menor importancia. Cuenta que, a raíz de una de las visitas de sus primos, volvió a pensar que era muy mala y que este mismo hecho de usar anticonceptivos, aunque fuera por poco tiempo, lo confirmaba. «No tengo perdón de Dios.» Y pensó que Dios la castigaría con el infierno. «Lo que quería entonces era matarme y los pensamientos que me dominaban giraban siempre en torno a este punto.»
Al cabo de dos semanas de su ingreso en el Servicio de Psiquiatría, ha mejorado mucho, pero no se encuentra bien del todo. Sigue un tratamiento muy intenso y ella misma reconoce su mejoría. Poco a poco, va aceptando que la hija es suya y se va reconciliando con la realidad. Al iniciarse el proceso de mejoría, cuenta con todo detalle los motivos del disparo y en general todo lo que había ocurrido por aquellos días. Pensaba B. T. que la gente hablaba mal de ella y creía que su marido hacía caso de las habladurías. Fue la visita de los Testigos de Jehová, con su predicación, lo que acabó de trastornarla.
Estaba muy impresionada por sus palabras. Entonces se inició su enfermedad, mejor dicho la idea de que estaba embrujada se había introducido más profundamente en su mente. Es cierto que ya por entonces se había apoderado de ella una profunda tristeza que no sabía a qué atribuir, como hemos dicho más arriba. Pero las «ideas raras» vinieron después. El demonio la dominaba totalmente. Ella dice que es en sí normal, como todo el mundo, pero durante aquella temporada amarga, dice, se creyó que estaba embrujada.
Por las noches soñaba siempre cosas terroríficas. Luego, al despertar, oía una voz bajita que la llamaba. Esta voz era, sin duda, la del demonio, que la llamaba así de bajo para que no se enterasen los demás. Ahora piensa que todo le vino por los Testigos de Jehová, porque fue tras de conocerlos cuando tuvo un día de repente la idea, junto con el subfondo depresivo que reconoce, de que era una bruja. «Yo me estaba transformando en una bruja», afirma muy seriamente.
Al preguntarle si la idea esta ya se le ha ido, contesta que la primera cosa para echar al demonio del cuerpo fueron los tiros de escopeta. «No me causaron la muerte, y eso es buena señal.» Luego dice que gracias a los días que está en el Servicio se encuentra mucho mejor. No sabe a ciencia cierta cómo le vino la idea del embrujamiento. «Fue de una manera repentina» y, por lo que dice, inconsciente. Notaba, además, ciertos síntomas de carácter somático, como dolor de cabeza, insomnio. Ideas de referencia, como que la gente hablaba mal de ella o que la quería agredir.
Si quería recordar la escena del accidente, la enferma decía lo siguiente: primero un disparo en el cuello. No le dolía nada. Después siguió descargando la escopeta y cada vez apuntaba al ojo izquierdo, donde descargó el otro disparo. La idea que le dominaba durante toda esta época y que relata muy convencida es que se estaba transformando en una bruja. A medida que fue mejorando, le desaparecieron todas estas ideas delirantes. Un mes después de su ingreso en el Servicio pudo reanudar su vida normal con la familia.
Venía luego semanalmente a la consulta para un control de su estado. Al cabo de otro mes sólo la citábamos una vez al mes. Finalmente dejó de venir, pues su estado era normal. Nos ha enviado varias veces noticias de su estado por escrito y dice que se encuentra perfectamente.
Fuente:
J.J. Lopez Ibor
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