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En Agra, por fin tomaría mi primer contacto con el río de los dioses. La llanura del Ganges, en la orilla occidental del río Yamuna, está salpicada de pequeños templos, capillas y oratorios donde conviven monjes budistas, chamanes, sacerdotes hinduístas, curanderos, eremitas y toda una pléyade de místicos de todas las confesiones posibles.
Esa amalgama de creencias exóticas me la encontraría a partir de ese momento a través de todo el cauce del Ganges y todos sus afluentes hasta llegar a la ciudad santa de Benarés. Quizá por eso, y porque Agra siempre ha sido parada obligada para todos los turistas que han viajado por la India, por estas calles desfilaron los personajes más emblemáticos e influyentes del esoterismo moderno. Lo que encontraron aquellos viajeros del espíritu tanto en Agra como en el resto de la India ha influido desde entonces en las vidas de millones de occidentales.
«La provincia de Agra es uno de los lugares donde se fabrican los mágicos espejos negros», escribió la críptica Madame Blavatsky, una de las mayores responsables de que los occidentales creamos las cosas que creemos sobre la reencarnación, los chackras, el cuerpo astral o el yoga. Pero no fue la única.
En el mismo periodo histórico en que Helena Petrovna Blavatsky pateó la India en busca de los antiguos dioses, otros exploradores y esoteristas europeos hacían lo mismo. Lo malo es que los encontraron, los secuestraron y se los llevaron a Europa para mestizarlos... Me explicaré.
La condición de colonia británica que tenía la India, en un momento en el que Londres vivía la eclosión de nuevos movimientos religiosos, influyó de forma definitiva en la concepción actual que tenemos del llamado esoterismo. A finales del siglo XIX y principios del XX, Inglaterra se convirtió en la nueva Meca, en nuevo Vaticano de la neoespiritualidad. Todo tipo de sectas, órdenes iniciáticas, sociedades secretas y movimientos místicos confluían en la ciudad. Allí se corporativizó el espiritismo, presentado poco antes en París por Allan Kardec, se fundó la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, y personajes como Aleister Crowley o Madame Blavatsky reclutaron a sus primeros miles de seguidores.
Entre aquellos intelectuales que se dejaron fascinar por las nuevas formas de espiritualidad destacaron personajes como sir Arthur Conan Doyle, el autor del célebre Sherlock Holmes, pero también eminentes nombres de la arqueología y la egiptología como Omm Seti, o el mismísimo lord Carnarvon, quien antes de caer fulminado por la «maldición» de los faraones era un asiduo practicante del espiritismo.
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