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Haití respira miedo
Algunos de los bokor y houngans que hemos conocido en Haití como Manuel Elié o Tony Guelín nos han mostrado las botellas blancas en las que conservan –al menos eso creen allí- las almas de los hombres zombificados. Permitieron, incluso, que fotografiásemos estos recipientes de vidrio que tanto terror despiertan entre los haitianos, convencidos de que su interior conserva el espíritu de los no muertos esclavizados por los bokor, tan poco propensos a divulgar sus “fórmulas mágicas” como bien dispuestos a servir en bandeja de plata “escarmientos” a quienes busquemos la solución al misterio. Algo que quisieron hacer con el autor tras un reportaje, tras el cual –me aseguraron- los bokor enviaron sus mensajeros a España para darme el “merecido” castigo. Claro, que uno ya toma sus medidas, y en mi último viaje al país del vudú, en compañía del periodista radiofónico Miguel Blanco, contratamos un seguro especial en el cual se especificaba que en caso de muerte nuestros cuerpos sin vida serían inmediatamente repatriados a España sin practicar la autopsia de rigor.
Haití, a cada paso, respira temor. En sus aldeas los camposantos se reducen a nichos familiares que se encuentran frente a las viviendas de los suyos para de esta forma vigilar que ningún brujo se haga con los cuerpos de los fallecidos. Más aún, en algunos lugares someten al cadáver de un pariente o amigo a una “segunda muerte” que consiste en el acuchillamiento o decapitación del cuerpo del difunto para que no pueda ser, bajo ningún concepto, transformado en zombi. A veces, los cadáveres son enterrados boca abajo o cuando menos, la costumbre haitiana recomienda sepultar al difunto con una bolsita de semillas o una aguja rota e hilo de modo que, en caso de que el fallecido despierte convertido en zombi, se entretenga contando las semillas o enhebrando la aguja en el interior mismo del ataúd.
En definitiva, para la gran mayoría del pueblo haitiano, los zombis son producto de una suerte de ritos mágicos. Sin embargo, existe una explicación mucho más razonable. Su nombre, el de un producto químico: la tetrododoxina.
El gran secreto
Cuando el etnobiólogo Wade Davis consiguió una beca de la Universidad de Harvard para estudiar los zombis de Haití, partió hasta allí animado por los rumores que circulaban en la isla en torno a un veneno cuya fórmula sólo conocían los más poderosos bokor. Esta sustancia escondería el secreto de los “muertos vivientes” y del polvo zombi –llamado allí poudré- con el cual los brujos llevarían a cabo sus rituales. Explican ellos que esta sustancia está compuesta por algunos elementos básicos como semillas y plantas, secrecciones animales e, incluso, ingredientes de origen humano.
No parece existir unanimidad al respecto. Análisis químicos efectuados en diferentes zonas del país han revelado que la composición del polvo zombi difiere de una zona a otra, pero parece existir un denominador común a todas las fórmulas, y ese elemento es, como acabamos de señalar, la tetrodotoxina, una droga 60.000 veces más potente que la cocaína y 500 más que el cianuro.
Este veneno se encuentra abundantemente en el hígado, piel y ovarios del pez globo, tan común en el Caribe. Davis consiguió sobornar a varios bokor para que le entregasen muestras del veneno zombi, que posteriormente serían analizadas confirmando todas las sospechas: el elemento clave del poudré es la tetrodotoxina. Así, a la luz de estos hallazgos, el polvo zombi se convertiría en una suerte de potente anestésico capaz de llevar a un hombre al borde de la muerte sin llegar a cruzar el umbral, pero –aparentemente- presentando un estado catatónico. Si a ello unimos la posible amnesia o una encefalopatía letárgica hipertensiva debida a los efectos tóxicos de la tetradotoxina, podremos comprender el estado físico-psicológico de total abandono y sometimiento hacia el bokor por parte de la víctima de la zombificación, a quien se le habría depositado el polvo en el suelo de su casa o espolvoreado la nariz con el mismo.
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