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El Último libro de Manuel Carballal ¡¡YA A LA VENTA!!
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Aleister Crowley, «la Gran Bestia 666», también visitó Agra. Claro que en aquella época los arqueólogos todavía no habían descubierto en Egipto el papiro Oxyrhynchus 4.499, y no sabíamos que el verdadero número de la Bestia escrito por el redactor del Apocalipsis era el 616... Aunque ya me referiré a ello.
Aleister Crowley, decía, estuvo en Agra camino de su ascensión al Himalaya, ya que Crowley, además de «satanista» y esotérico, era un gran deportista. Y visitó esta ciudad por la misma razón por la que la visitaron Blavatsky y todos los ocultistas occidentales que buscaron las fuentes de la mística en este país: porque en Agra se encuentra uno de los monumentos más maravillosos del planeta. Y ningún viajero puede irse de India sin visitar el mayor monumento al amor del mundo.
Omitiré los enrevesados comentarios esotéricos que redactó Crowley sobre el Taj Mahal en su diario. Este monumento único no necesita aportes esotéricos para brillar con luz propia. Arjuman Banu Begam, más conocida como Mumtaz Mahal («la Escogida del Palacio»), era la segunda esposa del rey de Agra, Sha Yahan. En 1631, y tras nueve meses de embarazo, las cosas se complicaron en el parto, y como consecuencia, la bella Arjuman falleció.
Quebrado por el dolor, dicen que el cabello de Sha Yahan se volvió blanco de la noche a la mañana y el monarca reclutó artesanos, carpinteros, albañiles, ingenieros y todo un ejército de expertos artistas provenientes de los rincones más recónditos de la India, Asia central e incluso Europa. A partir de ese momento, y durante más de veinte años, sin ayuda extraterrestre, veinte mil trabajadores dedicaron su esfuerzo, y a veces sus vidas, a construir el Taj Mahal a las órdenes de varios arquitectos. El más importante, probablemente, era Isa Khan, originario de Shiraz (Irán).
Sin embargo, otros expertos fueron reclutados en diferentes partes del mundo para responsabilizarse del diseño y elaboración de las fastuosas mamparas de mármol y piedra dura (mármol con incrustraciones) con miles de piedras semipreciosas. Sha Yahan siguió atentamente las obras de todo el complejo, incluyendo los gigantescos minaretes, las fuentes, los jardines ornamentales, las mezquitas adyacentes, etc., y quedó tan satisfecho del resultado final y tan celoso de que ninguna otra mujer pudiese beneficiarse de las habilidades artísticas concentradas en la tumba de su amada, que mandó amputar los dedos pulgares, y en algunos casos las manos, a los principales trabajadores del Taj Mahal. Sólo con esa salvajada, pensaba, podría garantizarse que los artesanos no volverían a repetir una obra de arte de la que sólo era merecedora la bella Mumtaz Mahal.
La historia se narra en miles de libros y en cualquier guía de viajes mínimamente competente. Pero, como ocurre con la grandeza del Sáhara, con la rotundidad del lago Malawi o con la majestuosidad de las pirámides de Giza, una cosa es leerlo y otra verlo por uno mismo.
Recorrí las calles de Agra, en dirección al Taj Mahal a pie, empapándome del ambiente hindú. Tampoco podría hacerlo de otra manera, ya que a causa del deterioro atmosférico sobre las fachadas y la lluvia ácida motivada por el dióxido de azufre de los tubos de escape, el frágil mármol blanco del Taj Mahal comenzó a ensuciarse. Ante este hecho, en 1994 las autoridades hindúes prohibieron la creación de nuevas plantas industriales en un perímetro de diez mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, y en los cuatro kilómetros que rodean el Taj Mahal se desautorizó además el tráfico de vehículos motorizados.
Crucé el patio exterior y atravesé la enorme puerta de arenisca roja, decorada con inscripciones coránicas. Una vez en el perímetro interior, fui sometido a todos los controles policiales que garantizan la seguridad en el mausoleo. Está prohibida la entrada al Taj Mahal con cualquier elemento que pueda dañar la construcción o su higiene: cerillas, cigarrillos, alimentos, teléfonos móviles, trípodes, o el paan (betel para mascar) tan popular entre los indios y que salpica de antiestéticas manchas rojas las calles de todo el país.
Una vez dentro, nuevo control policial: detectores de metales, cacheo... Y por fin llego a los jardines interiores que rodean esa maravilla del arte, originada en una locura de amor. No cuesta reconocer la influencia mongola de los charbagh (jardín persa clásico) también en el diseño de los jardines ornamentales del Taj: un cuadrado seccionado por canales de agua y fuentes que refleja sobre sus aguas las estilizadas líneas del mausoleo, flanqueadas por líneas de bancos de piedra, en los que el viajero se encontrará peregrinos, turistas y visitantes llegados hasta el Taj desde todos los rincones del planeta.
Si te pierdes un poco en las callejuelas y recovecos de esos parques no es difícil encontrar grupos de turistas que realizan meditaciones y relajaciones guiadas, las más de las veces con el amor como eje de la meditación. Yo mismo presencié algún sorprendente trance en esos jardines...
En las cuatro esquinas del Taj Mahal se erigen altos minaretes blancos, generosamente ornamentados, y pilares de la perfecta simetría de todo el complejo. Al oeste de la estructura principal encontramos una mezquita de arenisca roja, actualmente a pleno uso, a la que acuden los creyentes de Agra diariamente para celebrar los oficios religiosos. Un edificio idéntico fue construido al otro lado de los jardines, pero únicamente con objeto de mantener la simetría estética y artística, ya que su errónea orientación hace que sea inútil para la celebración religiosa islámica.
Existe también un pequeño museo, al oeste, que conserva algunos elementos de cerámica, vajillas, los planos de la construcción, etc. Aunque tal vez lo más pintoresco del museo es que se conservan restos de algunos platos que, según la leyenda y el mito, tenían la propiedad de cambiar de color si la comida que servían estaba envenenada...
Y por fin, en el centro del complejo, elevado sobre una plataforma de mármol en el extremo norte de los jardines, se erige el mausoleo de Mumtaz Mahal. Una estructura de mármol blanco translúcido y piedra dura embellecida por miles de piedras semipreciosas incrustadas, formando bellos dibujos y motivos florales.
Las cuatro fachadas, perfectamente simétricas, sostienen un entramado de cúpulas, arcos y bóvedas, todas ellas decoradas con incrustaciones, virutas de piedra dura y versículos del Corán que rodean la preciosa cúpula central en forma de bulbo. Hay que descalzarse para entrar, y despojarse también de la cámara. Es el precio para penetrar en el recinto y contemplar el cenotafio de Mumtaz Mahal, una elaborada falsa tumba rodeada por toda la opulencia y el lujo que pudo imaginar su amado.
La inmensa mayoría de los turistas que visitan el Taj ignora que ni ésa la tumba original de Mumtaz Mahal, ni el cenotafio de Sha Yahan que se entra a su lado, rompiendo la simetría, acoge los verdaderos restos del enamorado monarca. Las verdaderas tumbas de Sha Yahan y su esposa favorita se encuentran en una sala subterránea sellada por debajo de la cámara principal.
Poco pudo imaginar Mumtaz Mahal que trescientos cincuenta años después de su muerte su tumba sería un referente fundamental para todos los turistas y viajeros del mundo que visitan la India. Está claro que el amor, por irracional que sea, puede lograr prodigios sorprendentes. Pensaba en esto mientras aguardaba, sentado en las escaleras, a los pies de las grandes puertas de arenisca, a que se pusiese el sol en el río Yamuna. Me habían dicho que la puesta de sol arrancaba destellos de hermosos colores en el mármol blanco del mausoleo, pintándolo de azul, y no pensaba marcharme del Taj Mahal sin comprobarlo. Así que esperé. Y la espera es casi tan fascinante como el monumento en sí. Porque te permite observar a los miles de visitantes de diferentes razas, credos, etnias, patrias, etc., que deambulan por los jardines, admirándose de lo que el amor de un monarca atormentado pudo convertir en historia.
Entre los visitantes están los expertos en conservación, que durante los últimos años echan un pulso a la erosión que amenaza las paredes del Taj. La polución atmosférica, la contaminación y otros factores comenzaron a atacar el mármol del mausoleo sin piedad, y para sorpresa de los expertos occidentales, el mejor remedio para proteger la salud del Taj Mahal resultó extraído de la medicina tradicional. Una vez más, como en la medicina tradicional africana, la sabiduría de nuestros antiguos tiene mucho que aportar, incluso en el siglo XXI. Y es que varios equipos de arqueólogos, en el tricentésimo quincuagésimo aniversario de su construcción, decidieron rociar el monumento con multan mitti, un antiguo tratamiento de belleza originado en la medicina ayurvédica compuesto por tierra de batán, cereales, leche y lima.
Veinticuatro horas después de haber sido rociado sobre el mármol blanco, el multan mitti es eliminado con agua templada, llevándose todas las impurezas que amenazan la estética del mausoleo. Este descubrimiento, hallado por los arqueólogos en un manuscrito mongol del siglo XVI, ha dado tan buen resultado que está siendo exportado a otros países, como Italia, para ser aplicado en la conservación de monumentos importantes.
Y funciona. Doy fe. Porque justo al anochecer, cuando el sol muere y la luna surge entre las tinieblas, los colores del mármol y sus incrustaciones semipreciosas ofrecen un espectáculo maravilloso a los ojos del viajero y su cámara. Me fui llevándome del Taj Mahal unas imágenes inolvidables. Las mismas que contempló, hasta el momento de su muerte, Sha Yahan desde su prisión en la torre Musamman Burj, al, otro lado del Yamuna. Porque al otro lado del río, no muy lejos del Taj Mahal, se erige otro atractivo inevitable de Agra: el Fuerte Rojo.
Empezado a edificar a orillas del río Yamuna en 1565, el Fuerte de Agra es una magnífica mole de arenisca roja con muros de veinte metros de altura y dos metros y medio de espesor, que encerraba una pequeña ciudad inexpugnable en su interior. En la colosal fortaleza se encierran todo tipo de maravillas, como la legendaria Moti Masjid, o Mezquita de la Perla: un templo musulmán de mármol blanco considerado uno de los más hermosos del subcontinente. Pero también podemos visitar la Mezquita de las Gemas o Nagina Masjid, el Palacio de Yahagir, el Bazar de las Señoras, etc.
Aunque, evidentemente, si una parte del Fuerte de Agra me impresionó fue la torre octogonal, llamada Musamman Burj. Las vistas del Taj que hay desde esa torre son indescriptibles. Y en ella consumió los últimos años de su vida Sha Yahan. Supongo que no es una mala forma de morir: contemplando cada amanecer y cada crepúsculo cómo los rayos del sol acarician el más hermoso mausoleo de la más amada mujer.
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