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Dicho de otra manera: a lo largo de toda la historia del planeta tierra, en ningún otro momento la raza humana estuvo tan representada, en un mismo lugar, a través de sus líderes budistas, cristianos, judíos, animistas, musulmanes, jainistas, taoístas, ateos...
Contra todo pronóstico, la Iglesia católica demostró que todavía conservaba el protagonismo de antaño. El interés mediático fue lo único que superó al interés político. Todas las cadenas de televisión del mundo, emisoras de radio, portadas de diarios, etc., se centraron en Juan Pablo II, como si no existiese ningún otro titular relevante. Algunas cadenas nacionales, supuestamente laicas, convirtieron su programación en una auténtica monografía vaticana. Algo inaudito y sin precedentes. ¿Quién dijo que Dios ha muerto?
Durante el funeral en la plaza de San Pedro, decenas de miles de asistentes clamaron por una inmediata canonización de Karol Wojtyla. «¡Santo, ya!», se leyó en pancartas y se escuchó coreado masivamente por los fieles. Sin embargo, el camino hacia la santidad tiene varios escalones que es preciso recorrer ordenadamente, de manera que primero hay que ser considerado venerable siervo de Dios, después beato y finalmente santo.
No es el lugar para exponer con detalle el proceso de «fabricación» de un santo. Sólo diré que oficialmente se define como «venerable siervo de Dios» a una persona que en vida ha tenido una existencia virtuosa. Sin embargo, para ser beatificado es preciso que hayan pasado cinco años desde la muerte. Eso obligaría a esperar al menos hasta 2010 para empezar la eventual causa de beatificación de Juan Pablo II, pero el Derecho Canónico permite que el Pontífice emita una orden especial para anticipar ese plazo. El propio Wojtyla recurrió a esa posibilidad en el caso de la madre Teresa de Calcuta, fallecida en 1997, ya que con una dispensa especial el proceso empezó al año siguiente y culminó con la beatificación de la religiosa en 2003. Y, dado el inusitado interés político internacional suscitado por el Papa, no es extraño que pronto comenzasen a escucharse declaraciones de alguna de las voces más influyentes del Vaticano atribuyendo al Santo Padre increíbles milagros.
Es necesario probar al menos un milagro para iniciar el proceso de beatificación, y al día siguiente de las exequias del Santo Padre, el cardenal Marchisano hizo una desconcertante declaración pública. Según afirmó durante el transcurso de una misa en San Pedro, celebrada junto al arzobispo Stanislaw Dziwisz —secretario personal del Papa—, años atrás había sido operado en la carótida y un error médico le había dañado las cuerdas vocales:
«Como un padre, el Papa me salió al encuentro y comenzó a acariciarme durante dos o tres minutos donde me habían operado. Yo me quedé sin habla mientras me decía: "No tenga miedo, verá, verá... El Señor le devolverá la voz. Verá. Yo rezaré por usted. Verá...". Poco después quedé curado...».
El testimonio del cardenal Marchisano sin duda influirá notablemente en el tribunal que evalúe la santidad de Karol Wojtyla, porque hasta agosto de 2004, Francesco Marchisano fue el responsable de la sección más sugerente y misteriosa del poder vaticano, su nexo de unión con el pasado de la humanidad y la justificación histórica de su existencia: la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra.
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