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INVESTIGADORES CONTRA DIVULGADORES


El uso popular del término "investigador de misterios" en las redes sociales, se ha extendido en los últimos años. Antes los conocíamos simplemente como divulgadores. Y aunque todavía hoy muchas personas confunden ambos términos, intentando convertirlos en sinónimos, lo cierto es que durante décadas, y en lo referente a las anomalías, investigadores y divulgadores han sido términos casi antónimos. Sin embargo, por razones obvias, la inmensa mayoría de los aficionados solo han conocido el trabajo de los divulgadores.

Personas que, en la mayoría de los casos sin pretender ejercer el periodismo, escribían libros, hacían programas de radio o TV, o redactaban artículos sobre OVNIs, parapsicología, astroarqueología, etc, destinados no a publicaciones técnicas, sino al gran público.

Fernando Sesma, Antonio José Alés, el Dr. Fernando Jiménez del Oso, el “Profesor” D´Arbo, Enrique de Vicente, Andreas Faber Kaiser, Antonio Ribera o J. J. Benítez (el único licenciado en Ciencias de la Información)… son algunos de esos divulgadores que durante los años 60, 70 y 80 dibujaron en el imaginario popular, a través de sus reportajes, nuestra forma de entender los misterios.

Mi generación y las posteriores construyeron su primera percepción sobre las anomalías en base a sus libros, programas o artículos. Y como ocurría antes, lo único que tienen en común esos nombres, todos familiares aunque de diferente credibilidad y prestigio, es que eran “divulgadores” de lo paranormal.

Por contra, existían otros personajes, a los que tardamos mucho más en conocer, que no estaban interesados en la divulgación, sino en la investigación. No dirigían revistas comerciales, ni programas de radio o TV. De hecho rara vez participaban como entrevistados.

Algunos de ellos incluso abominaban específicamente del “periodismo del misterio”, y aunque han sido puntales en los que se han apoyado generaciones posteriores, hoy muy pocos aficionados sabrían reconocer los nombres de Manuel Osuna, el Dr. Alfredo Bonavida, Eduardo Buelta, José Antonio Lamich, Ramón Navia, Oscar Rey Brea, Sinesio Darnell, Joan Crexells, etc.

No, en el ámbito de las anomalías no es recomendable confundir los términos “divulgador” (o “periodista del misterio”) e investigador. Aunque la mayoría de los aficionados, y/o autodenominados “periodistas del misterio”, se definan como “investigadores”.

Y mientras en otros ámbitos periodísticos está muy clara la diferencia entre un periodista deportivo y un jugador o un entrenador de fútbol; entre un periodista rosa y un miembro de una Casa Real, un cantante o un actor, o entre un periodista político y un diputado, un concejal o un alcalde; en el ámbito del “misterio” todo es más confuso.

Hasta el punto de que todos los autores que hemos colaborado con algún medio, o que hemos publicado libros, somos considerados “periodistas del misterio”, sin tener en cuenta que para algunos dicha clasificación podría resultar despectiva.

Probablemente personajes tan diferentes como el padre Pilón, Vicente Juan Ballester Olmos, Germán de Argumosa, Pepe Ruesga, Ramos Perera, Ignacio Cabria, etc, se sentirían ofendidos si alguien los considerase “periodistas del misterio”.

De la misma forma, resultaría incorrecto considerar a publicaciones técnicas y especializadas, como Psi Comunicación, Hipergéa, Cuadernos de Ufología, o incluso El Ojo Crítico, publicaciones periodísticas. Eran y son otra cosa.
Sin embargo, y como ocurría en los 70, 80 o 90 del siglo pasado, hoy los nombres realmente conocidos por el gran público son los de los autodenominados “periodistas del misterio”. Ellos crean la opinión y la imagen que tiene la sociedad sobre el mundo de las anomalías. Solo hay que hacer un sencillo experimento para comprobarlo.

Si ponemos en Google el nombre de Jaime Maussán, sin duda el “periodista del misterio” más conocido del mundo actualmente, aparecen casi un cuarto de millón de entradas.

Pero si ponemos el nombre del Dr. Alfredo Bonavida, profesor de física y participante en la investigación de grandes clásicos como “el OVNI de Zurbaran”, “Daro” o “Mónica Nieto”, apenas aparecen medio millar…

Si escribimos en Google el nombre de Iker Jiménez, sin duda el mayor exponente del “periodismo del misterio” en España, aparecen más de 400.000 entradas.

Si escribimos el nombre de José Antonio Lamich, autor de los trabajos más audaces (y pendientes de estricta revisión) de la parapsicología de laboratorio en España, solo encontramos 700 tristes referencias… ¿Qué significa esto?

Es obvio. La imagen que tiene el gran público sobre el mundo de las anomalías es, en gran (o total) medida, obra de los “periodistas del misterio”. Ellos y no nosotros, los investigadores, son quienes crean opinión. Quienes dibujan en el imaginario popular la percepción que tiene la sociedad sobre “el misterio”. ¿Y qué opinión tiene la sociedad sobre estos temas…?

Mientras algunos nos interesamos por buscar la verdad objetiva sobre los hechos, la mayoría de los “periodistas del misterio”, y esta es una discusión que yo mismo he tenido en muchas ocasiones con referentes del sector, no consideran esa su responsabilidad. “Nosotros nos limitamos a recoger lo que nos cuentan y a contarlo. Esa es la labor del periodista…“. Están en su derecho. Aunque lo que cuentan los testigos no siempre refleja hechos objetivos, sino, en el mejor de los casos, la interpretación que ha hecho el testigo de los supuestos sucesos.

Álvaro Anula Pulido, jovencísimo autor de una de las primeras seis entradas que encontramos en Google al buscar este término, definió perfectamente, aunque de forma un poco contradictoria, ese planteamiento: “En realidad, el periodismo de misterio no busca dar explicaciones ni pronunciar soluciones acerca de fenómenos anómalos, sino que se limita a informar sobre un suceso acontecido, donde el periodista de lo insólito acude al lugar de los hechos para hacerse eco de una noticia y para cerciorarse de la veracidad o no de ese suceso acontecido”. (1)

NOTA

1: http://www.mundoparapsicologico.com/area-esceptica/de-que-se-trata-el-periodismo-del-misterio/)

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