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EL PROCESO DEDUCTIVO EXPERIENCIAL EN EL PERFILADO CRIMINAL




Uno de los más entrañables profesores de Técnicas de Investigación Criminal, en el Instituto de Criminología de la Universidad de Santiago de Compostela, el Comisario Groba, ha repetido durante años a todos los alumnos que han desfilado por sus clases, fuesen policías, abogados o criminólogos, que la “intuición” es una de las mejores herramientas para un investigador policial.

Más aún, en algunos temarios de formación de policías de la escala superior, como el “Curso de Metodología de la Investigación Policial”, se insiste reiteradamente en esta capacidad: 

“En las investigaciones policiales las hipótesis surgen de los indicios, vestigios, muestras, huellas, y de la intuición creativa del investigador experto“ (pág. 41). 

Lo que en ese erudito texto oficial con el que se forman los Inspectores-Jefe de Policía, en la División de Formación y Perfeccionamiento del Cuerpo Nacional de Policía, se denomina “subjetivismo intuitivo experiencial”, es utilizado constantemente en la investigación criminal por los más veteranos. Se trata del fruto de la experiencia diaria, de todas las vivencias y conocimientos almacenados en el inconsciente del policía durante años de servicio. Ese valioso “banco de datos” depositado en el cerebro del veterano, con frecuencia desconcierta a los agentes más jóvenes e inexpertos, cuando, en la escena de un crimen, y tras echar un vistazo, comienza a aventurar audaces hipótesis sobre el autor, el móvil, y las circunstancias del delito. Más de un agente de policía me ha comentado que tal o cual inspector-jefe “parecía vidente”, “huele las pistas”, “adivina a los delincuentes”… nada de eso. Dicen que, “sabe más el Diablo por viejo, que por Diablo”.

Hace un siglo la brillante pluma de Sir Arthur Conan Doyle asombró a los lectores de todo el mundo, con las insólitas capacidades deductivas de Sherlock Holmes. El perspicaz detective del 221-B de Baker Streat asombraba constantemente a su fiel amigo Watson, al extraer una gran cantidad de información de los elementos más simples y aparentemente irrelevantes. La inevitable lupa en manos de Holmes se convertía en una mágica bola de cristal, en la que podía descubrir todos los detalles físicos y psicológicos del criminal, aoscultando únicamente unas briznas de polvo, una colilla o los restos de carmín en el borde de una copa. Por cierto, la privilegiada mente que ideó a Sherlock Holmes era un activo miembro de la Sociedad Teosófica y del Movimiento Espiritista de Londres, amén de un recalcitrante defensor de los fenómenos paranormales.

Jhon Douglas y los perfiles psicológicos

Desde las sagaces deducciones de Holmes, las técnicas de investigación policial han evolucionado mucho, y especialmente en algunos campos, rozan casi la “magia”. Los Perfiladores, y los expertos de la Unidad de Ciencias de la Conducta, del FBI ilustran perfectamente este concepto.

En 1980, por citar un ejemplo, el agente del FBI John Dougas acababa de unirse a la Unidad de Ciencias del Comportamiento –que llegaría a dirigir en 1990, tras heredar el puesto de su mentor, el Coronel Robert Ressler-, y acudía a San Francisco para colaborar en la investigación de una serie de asesinatos. Edda Kane, una ejecutiva bancaria de 44 años, había aparecido con un tiro en la nuca en agosto de 1979; en marzo del 80 se descubrió el cadáver de una joven de 23 asesinada de forma similar; en octubre aparecía el cuerpo de una deportista de 26 y en noviembre 4 víctimas más. Douglas acudió como asesor de la policía local y como experto en Ciencias de la Conducta. 


Tras examinar los informes policiales, especialmente las actas de inspección ocular, las fotografías del lugar del crimen, los informes de autopsia, etc, aventuró un posible perfil del asesino. Según el agente Douglas se trataba de: 

“Un sujeto antisocial con poca confianza en si mismo, procedente de una familia perturbada y que ya ha cumplido condena de cárcel por violación o por intento de violación. Para llegar al asesinato debe haber pasado recientemente por algún hecho que generase la presión emocional suficiente, como el nacimiento de un hijo o la muerte de su mujer. Es de raza blanca, y de unos 35 años. Posee un coeficiente intelectual superior a la media, y en su infancia posiblemente hubiese presentado enuresis, piromanía y crueldad con los animales. ¡Ah! y posiblemente es tartamudo…”.

Lógicamente los policías de San Francisco no podían dar crédito a las audaces suposiciones de Jhon Douglas. Algunos lo consideraron un charlatán, al igual que podrían considerar a cualquier adivino. Sus conjeturas, en base tan sólo al análisis de las fotos e informes policiales, parecían más una sesión de psicometría realizada por un vidente en trance, que una labor policial. La Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI todavía no gozaba en aquellos tiempos del prestigio con que cuenta en la actualidad.

El asesino todavía cometería un par de crímenes más hasta ser detenido, a mediados de 1981. Se trataba de David Carpenter, un profesor de técnicas industriales de alto coeficiente intelectual. Douglas se equivocó en su edad, ya que, si bien la mayoría de los asesinos en serie oscilan entre 25 y 35 años, Carpenter tenía 50. Sin embargo su perfil resultó profético en todo lo demás; había sido detenido en 1960 por agredir a una mujer después de que su esposa diese a luz, de pequeño padecía enuresis crónica y era muy cruel con los animales, y sufrió las burlas de sus compañeros de colegio ya que era tartamudo… ¿Es John Douglas un vidente? ¿poseen los agentes del FBI capacidades paranormales? En absoluto.

El secreto de sus aparentes “percepciones extrasensoriales” estaba en el razonamiento lógico. El asesino tenía que ser muy inteligente para eludir durante casi dos años los controles policiales. No era un tipo corpulento, porque tenía que matar a sus víctimas sorprendiéndolas por la espalda. Era blanco, ya que estadísticamente la mayoría de crímenes sexuales se dan entre individuos de la misma raza. La inmensa mayoría de asesinos en serie poseen la llamada “triada del homicida” (enuresis, piromanía y crueldad con los animales en la infancia) o al menos dos de esos tres elementos. Y siempre cometía sus crímenes encontrándose en lugares solitarios, lo que indicaba que tenía un defecto del que se avergonzaba, y como los testigos indirectos no hablaban de ninguna tara física visible, dedujo que debería ser un defecto en el habla… probablemente tartamudez. ¡Elemental, querido Watson!

“La peculiaridad es casi siempre una pista”, decía Sherlock Holmes, “cuanto más común y corriente es un crimen más difícil es resolverlo”. Por esa razón a mediados de siglo un grupo de criminólogos norteamericanos intentaron analizar los crímenes violentos para localizar las peculiaridades de cada acto y convertirlas en pistas de la investigación. ¿Y que hay más peculiar que la mente de un asesino?. Y el estudio y análisis de la mente criminal se convirtió en objeto de investigación policial, por primera vez en la historia.

A mediados de los años 50 Nueva York vivió una temporada sumida en el terror ante los atentados del “dinamitero loco”, que durante 15 años hizo estallar 30 bombas en diferentes puntos de la ciudad de los rascacielos. La policía, ante la ausencia de pistas, pidió la colaboración del Dr. James Brussel, un psiquiatra del barrio de Greenwich Village, que analizó minuciosamente las fotos de los lugares afectados, y las burlonas cartas que el terrorista enviaba a periódicos y policía. Brussel aventuró un informe, en base a su análisis psicológico del autor de aquellos hechos, en el que sugería que se trataba de un paranoico que odiaba a su padre; con un apego obsesivo a su madre y que vivía en alguna ciudad de Connecticut. Además se trataba -según Brussel- de un hombre de complexión mediada y edad madura, nacido en el extranjero, católico y soltero, que vivía con un hermano o hermana. “Y lo más probable –concluía el audaz informe psiquiátrico- es que vaya vestido con una traje de chaqueta cruzada y que la lleve abotonada”.

La investigación policial terminó conduciendo a la detención de George Metesky, quien vivía en Waterbury (Connecticut), había nacido en el extranjero, católico y soltero, y que vivía con dos hermanas. Cuando la policía procedió su detención, pidiéndole que los acompañase a comisaría, Metesky se puso un impecable traje de chaqueta cruzada, correctamente abotonado… Probablemente este fue el primer caso importante de aplicación de la psicología a la investigación criminal. Es decir, del “perfilado” (* 1).

El perfilado es todavía una ciencia inexacta, regida en una buena parte por la capacidad deductiva de los psicólogos y psiquiatras. Los perfiladores, normalmente agentes del FBI con formación psicológica, tratan de relacionar la conducta con las características del crimen. De ahí extraen indicadores de la clase de criminales que suele cometer determinados crímenes, pasando a someter el archivo de sospechosos a un orden preciso de prioridades. Aunque los perfiladores trabajan esencialmente con fotografías de los escenarios del crimen y los dossieres médicos, la mayor parte de las referencias las obtienen de sus colaboraciones con los agentes de policía de todo el mundo. Cada investigador local que se enfrenta a un crimen rellena un cuestionario, que es introducido en una base de datos para comparar los rasgos de éste crimen con los ya existentes en el ordenador. En cada caso se informa al “perfilador” de todo cuanto se sabe acerca del crimen, haciendo hincapié en la víctima y en el estado del cadáver. Una de las primeras cosas que se constatan es si el asesino es organizado o desorganizado (* 2). 

Lo segundo es el modus operandi, la mejor forma de evaluar la inteligencia del criminal. Luego se interesan por “la firma” en el lugar del crimen, las manías y toques personales que revelan las posibles disfunciones mentales del autor. Entonces el “perfilador” elabora una tipología del culpable: su edad, su sexo, raza, estado civil, coeficiente de inteligencia, currículum escolar y laboral, rasgos de personalidad, aficiones, aspecto físico, si podría regresar al lugar del crimen , si vive cerca o lejos de allí, las conexiones con la víctima y el móvil. En términos gráficos, el perfilador ofrece una reconstrucción pormenorizada del asesinato, desde la primera fase (contacto) hasta la cuarta (abandono del cadáver). Luego se procede a contrastar el perfil informático con la opinión del equipo humano.

Con estos datos la policía podrá elaborar las estrategias de captura. Por ejemplo: en los casos de mutilación post-mortem, se sabe por experiencia que el asesino suele volver al lugar del crimen, ya que así revive la excitación sexual que le ha inspirado el asesinato, por lo que la policía no tiene más que vigilar el lugar para poder identificarlo.

R. Ressler: padre del término “asesino en serie”

Llegados a este punto, es de justicia hacer una mención especial a la obra del “perfilador” más famoso del mundo Robert K. Ressler, autor de obras clásicas e imprescindibles como “Whoever fights monsters” (1992) (*3), a quien tuve la oportunidad de conocer en 1999, con objeto de entregarle una mención especial del Centro de Investigación y Análisis de la Criminalidad (CIAC) por su labor en la investigación de los asesinos múltiples.

Ressler, mentor de Jhon Douglas, y autor del término “asesino en serie”, fue uno de los artífices del programa VICAP (Violent Criminal Apprehension Program) del FBI, que agrupa la mayoría de los homicidios violentos cometidos en Estados Unidos (23.000 crímenes cada año, de los cuales 700 sin móvil aparente). Las colaboraciones de Ressler con las policías locales norteamericanas, en la investigación de crímenes violentos, fue acogida con un enorme escepticismo primero, y con desconfianza después. Y es que, para los agentes locales, resultaba absolutamente incomprensible que Ressler, como Douglas u otros “perfiladores” del FBI, fuese capaz de detallar la personalidad, la psicología y a veces hasta la apariencia física de un asesino, sólo analizando las fotografías del escenario del crimen o los informes de autopsia. Estoy convencido de que muchos de aquellos agentes de policía llegaron a pensar que Ressler poseía algún tipo de capacidad extrasensorial. ¿Cómo si no explicar sus incomprensibles y proféticas “visiones”?

Las “visiones” de Ressler, Douglas u otros agentes de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI estaban basadas, en buena medida, en la “intuición experiencial” a la que antes me refería. Una “intuición” amparada en una rica formación psicológica, y en este caso, en la insólita experiencia de haberse entrevistado con más de una treintena de asesinos en serie. Ressler fue el artífice de un insólito proyecto oficioso del FBI, consistente en visitar en prisión a célebres asesinos múltiples como Jeffrey Dahmer “El Caníbal de Milwaukee”, Richard Chase “El vampiro de Sacramento”, David Berkowitz “El Hijo de Sam” o Charles Manson, para conversar con ellos sobre los porqués de sus delitos, intentando así comprender la mente criminal. De esa forma, comprendiendo al asesino, podrían deducir de sus crímenes la personalidad del autor.

Pues bien, partiendo de las sorprendentes capacidades deductivas de agentes como Robert Ressler, estoy convencido de que algunos pretendidos “detectives psíquicos” –videntes que colaboran con la policía- son en realidad excelentes observadores, capaces de procesos lógico-deductivos rápidos y precisos, aprovechando la aureola de misterio que los rodea como elemento preventivo del delito. Me explicaré con un ejemplo.

Las facultades “mágicas” del perfilador

Reg McHough es el responsable de seguridad de unos importantes almacenes de productos farmacéuticos, los S.D.M., en Toronto (Canadá). En los años 70 consiguió fama internacional al detener a una serie de delincuentes, y evitar numerosos hurtos gracias a sus “facultades”. 

Durante sus dos primeros años de servicio en el S.D.M., el índice de pérdidas por hurto descendió en un 45%, y se cuentan por centenares los pequeños rateros que identificó y detuvo “in fraganti” en los almacenes a su cargo. McHough ha jugado siempre con la leyenda que se ha creado en torno a sus “habilidades PSI” para detectar y detener delincuentes. Leyenda que terminó trascendiendo las fronteras canadienses, catapultando a McHough a la fama. Hasta tal punto que varias cadenas de TV se han desplazado a Toronto para grabar documentales sobre las capacidades “paranormales” del “detective psíquico”. Sin embargo, con demasiada frecuencia se ha omitido una información importante en torno a la biografía de McHough. Y es que, en 1956, ingresó en la Policía Montada de Canadá, y en 1958 entró en el departamento de Policía de Chomedey (Quebec), donde permaneció en activo hasta 1967, en que es contratado por la S.D.M.

Aplicando el principio fundamental en la investigación científica, la “Navaja de Ocaam”, me parece mucho menos probable que McHough posea un poder sobrenatural para leer la mente de los delincuentes, que simplemente aplique sus conocimientos como policía. 11 años de servicio suponen, sin lugar a dudas, una extraordinaria academia para el desarrollo del “subjetivismo intuitivo experimental”, es decir, el “olfato” policial. Sin embargo, probablemente McHough ha tenido la inteligente habilidad de utilizar esa fama de “sensitivo” como medida preventiva contra los delincuentes. 

Igual que la función de la Policía de Vigilancia, con su presencia, es inducir al delincuente a que desestime sus intenciones delictivas, sin duda la leyenda que McHough ha sabido crearse ha sugestionado a muchos ladrones, que rehusarán acercarse a “su” almacén, por temor a que lea en sus mentes su pretensión de robar. Retenga el lector esta reflexión. La superstición, también puede ser un arma contra el crimen.

Extraído de “Los expedientes secretos” (Planeta, 2001)

NOTAS

* 1: El “perfilado” es lo que en la jerga policial designa la obtención de los retratos psicológicos de los asesinos, o delincuentes en general, a partir de detalles aparentemente triviales. El “Perfilador” es un programa informático de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI basado en reglas procedentes de la experiencia pericial, (por ejemplo, en los casos de homicidio ocurridos en Gran Bretaña cuya víctima es una mujer de menos de 17 años, existe un 83% de posibilidades de que el culpable sea un hombre, y el 62% de posibilidades de que sea soltero). El prototipo inicial empezó operando con 150 parámetros en 1990, pero se han elevado a 270 y siguen creciendo en la actualidad.

* 2: * Asesino organizado (psicópata): Antecedentes penales frecuentes. Padre ausente, delincuente o violento. No suele tener antecedentes psiquiátricos. Uso de alcohol o estupefacientes. Vive en compañía. Poco sociable. Viaja mucho. Crímenes premeditados. Actúa solo o acompañado de un cómplice. Dialoga con la víctima. Torturas ante-mortem a la víctima. Utiliza el arma que lleva consigo. Dominio de la víctima. Ausencia de producciones mentales patológicas. Abandona el lugar del crimen. No se suicida. Se esconde de la policía. Deja pasar mucho tiempo entre cada crimen. Penalmente imputable.

Asesino desorganizado (psicótico): Antecedentes penales poco frecuentes. Frecuentes antecedentes psiquiátricos. Vive solo o con los padres. Solitario. Viaja poco. Comportamiento peligroso. No hay premeditación. Actúa solo. Poco diálogo con la víctima. No dialoga con la víctima. Actos desorganizados y violentos. Utiliza el primer arma que encuentra. Posible acto sexual. Angustia durante el crimen. Síndrome alucinatorio, delirante o depresivo. Frecuenta el lugar del crimen. Suicidio frecuente después del crimen. Se denuncia a sí mismo o se deja arrestar sin resistencia. Penalmente inimputable.

* 3: Traducido al castellano como “El que lucha con monstruos” (Planeta, 1995).




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