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El Último libro de Manuel Carballal ¡¡YA A LA VENTA!!
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Los zangbetos se han convertido en el misterio viral de moda en Internet. Miles de vídeos en Youtube intentan documentar el fenómeno sobrenatural más “inexplicable” del vudú africano. Manuel Carballal, que además de experto en religiones afro-americanas es mago, descifra el misterio.
Regresamos a Haití, en un nuevo intento por conseguir lo que no logramos en nuestro viaje anterior: una evidencia de que algo paranormal se expresaba en los rituales secretos del vudú.
Nos entrevistamos con varios houngans (brujos) diableros, que afirmaban poder materializar físicamente un diablo. Pero a pesar de que vivimos situaciones realmente sorprendentes, ninguno de ellos aceptó realizar el ritual de materialización en nuestra presencia. Hasta aquel día…
Aquel día nuestro guía, también houngan, Tony Gellin, nos recogió en el hotel y, sin previo aviso, nos condujo a un lugar desconocido en un suburbio de Puerto Príncipe. En cuanto bajamos del coche y nos adentramos en un laberinto de pasadizos y callejuelas, mi compañero Miguel Blanco reconoció el lugar. Era la casa donde, años antes, el sí había tenido la oportunidad de ver un “diablo”.
Pude comprobar que la descripción que Miguel había hecho de la casa, la estancia, la ornamentación y la gran caja de madera donde se materializaba el diablo era exacta. No había añadido ni quitado nada.
El cuarto del diablo era tal y como me lo había descrito. Oscuro, siniestro, opresivo. Toda la puesta en escena estaba diseñada para infundir temor, sugestión…
Nos sentaron frente a la caja, de unos dos metros de largo por uno de ancho y uno de alto, abierta por su parte frontal. Estaba vacía. La rodeamos –sin tocarla- y no encontramos trampillas o puertas secretas a la vista.
Cuando comienza el ritual el brujo cubre la caja vacía con una sábana negra. Pese a la penumbra intencionada –la única fuente de luz eran unas velas- juraríamos que no había nada en su interior. Pero tras una invocación en creole a “Mi General”, escuchamos clara-mente una voz que responde desde el interior de la caja.
El diablo responde en creole, arrastrando las erres y con voz gutural. El brujo levanta la sábana y la caja sigue vacía, pero comienzan a “aparecer” objetos: un cráneo humano, unas cartas del tarot, un búho… Tras volver a taparla con la sabana y tras una nueva invocación, la caja comienza a moverse. Suavemente al principio, con fuerza después. Al levantar la sábana, solo durante una fracción de segundo, podemos ver una figura humana, un varón de raza negra desnudo, cubierto solo con una capa roja… Al volver a destapar la caja, el “diablo” había desaparecido…
Miguel Blanco, todo el merito es suyo, me miró de reojo negando con la cabeza… “Esto no es lo que yo vi, esto es un truco”.
La magia vudú
En Haiti el vudú es un culto repleto de secretos. Hoy comprendo la razón. Los houngan (brujos) y bokor (sacerdotes) mantienen en sociedades iniciáticas las claves de sus “poderes sobrenatuales”. En realidad conocimientos químicos sofisticados, un dominio poderoso de la sugestión y una tradición mágica que se inició hace siglos, a 8000 km. de distancia. En las selvas del África negra.
El “efecto” de la materialización del diablo dentro de una caja, tiene su inspiración en una “rutina” similar que todavía hoy arma uno de los cultos más influyentes en Africa: las sociedades secretas zangbeto.
Según recoge Dominic Okure, del Instituto de Estudios Africanos de la Universidad de Ibadan, en Nigeria, el “mágico” culto al zangbeto data del siglo XVII.
“Te-Agbanlin era hijo de Zeririgbe, hermano del rey de Allada, quien emigró a Porto Novo (Benin) como agricultor profesional en busca de nuevas tierras de cultivo en el siglo XVII. Cuando llegó a la ciudad se estableció en Porto Novo alrededor de 1684, conoció a los habitantes locales que eran Nago (Yoruba). Según este relato, narrado por el Jefe Francis Agoyon, un líder de la comunidad Ogu en Makoko, Estado de Lagos: Te-Agbanlin le pidió al jefe de la aldea de Aklon un terreno para asentarse, incluso si sólo era lo suficientemente grande para acomodar la piel de antílope que poseía, y que era del tamaño de su cuerpo. Cuando se le concedió la libertad de elegir el lugar que cubriese aquella piel, la cortó en finas tiras, haciendo una larga soga, con la que rodeó una gran porción de tierra en la que construyó un enorme edificio. Su nombre, Te-Agbanlin, en realidad significa “pata de antílope”… Para proteger a los animales salvajes de los invasores humanos en esta aislada zona, creo la casa de los guardianes de la noche en su entrada. Con el cuerno de un antílope, hizo un artefacto parecido a una trompeta. el cual sopló para producir un sonido aterrador que ahuyentaba a hombres y bestias. El cuerno de antílope se convirtió más tarde en la marca distintiva de zangbeto “.
Sin embargo, en cuanto al origen de los zangbetos, como “guardianes de la noche” la tradición sugiere que Te-Agbanlin, que ya habría demostrado su ingenio y astucia con la estratagema de la piel de antílope, tenía un enfrentamiento con su rival Medji, por el poder. Cuando un consejero le sugirió que usase una nueva estrategia.
Siguiendo las indicaciones de su consejero Te-Agbanlin se construyó una enorme “armadura” de forma cónica con varillas de bambú cubiertas de paja y hojas secas de plátano. En la parte superior colocó una apertura para poder ver el exterior y unas asas para manejar la “armadura” con agilidad.
Después se armó con un cuerno de elefante (o de antílope en otra versión) que emitía un rugido atronador que podía escucharse a varios kilómetros inspirando pavor. Y parapetado bajo ese disfraz, se coló en plena noche –haciendo rugir el cuerno y danzando frenéticamente- entre la tropa de Medji, que huyó aterrorizada creyendo que se encontraban ante un demonio… estrategia para derrotarlo: el terror.
Desde ese día el zangbeto se convirtió en un instrumento de terror, y por tanto de poder. Y comenzó un culto que empezó a extenderse, desde Porto Novo, por toda la costa del sur de Benin, cruzando después las fronteras de Togo por el este y Nigeria por el oeste.
El culto zangbeto, como otras manifestaciones de la magia y el folclore africano, zarparon a bordo de los barcos negreros que, durante siglos, desde Senegal exportaban esclavos al Nuevo Mundo. Y de esa forma las creencias las tradiciones y creencias africanas cruzaron el océano, implantándose, adaptándose y transformándose en América: santería, vudú, umbanda, etc.
En muchas de esas tradiciones afro-americanas se utilizan “armaduras” espirituales. Trajes, más o menos semejantes a los que he tenido la oportunidad de ver en diferentes países africanos, que enmascaran la identidad del brujo o hechicero, simbolizando que es una divinidad, y no un ser humano, quien hace la magia. Y protegiendo, como tal “armadura” al mago de los espíritus malignos. Como los “diablitos” abakua que hemos podido ver en Cuba, por ejemplo. Emparentados, como los zangbetos, con los egungun, una figura del panteón yoruba que representa a los antepasados.
Los egungun, como los iremes abakua o los zangbetos, son en esencia elaborados trajes rituales, con los que los espíritus se manifiestan a través de elaboradas danzas y bailes. Pero lo que diferencia a los zangbetos de todos los demás es que, aparentemente, bajo el zangbeto no hay ningún humano…
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