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EL FIN DE LAS HADAS DE COTTINGLEY



La noticia llegaba a la prensa británica el pasado mes de marzo. Tras unos años fuera de las primeras página, las fascinantes “hadas de Cottingley“ volvían a ser tema de portada. En una subasta pública realizada a mediados de mes en la London’s Knightsbridge, una compradora anónima había pagado la friolera de 6000 libras (más de un millón seiscientas mil pesetas) a la empresa Bonhams & Brooks, por los negativos originales de las fotografías de hadas mas famosas del mundo. Dichos negativos, ahora propiedad de una adinerada desconocida, se encuentran en formato de cristal, tal y como era habitual en la época, presentando las imágenes de un grupo de hadas y gnomos, con un nitidez que sin duda ha hecho estremecer a la afortunada que posee, desde hace pocas semanas, el original de las imágenes -supuestamente paranormales- que han hecho correr más ríos de tinta, y de cinta videográfica, en la historia de lo paranormal. 




EOC ha tenido acceso a las publicaciones, documentos y archivos de la época, y ahora estamos en disposición de reconstruir la historia de ese misterio… 

LAS HADAS DE COTTINGLEY 

“Es posible que los hechos que vamos a contar en este libro saquen a la luz la estafa más fabulosa jamás hecha al público, pero tal vez, por el contrario, muestre que estos hechos constituyen un hito de la historia de la humanidad”. 

Con tan sugerente arranque se iniciaba el primer capítulo, de uno de los libros menos conocidos de Sir Arthur Conan Doyle, famoso mundialmente y para siempre, gracias a sus novelas sobre el detective Sherlock Holmes. En 1922 Doyle publicaba su obra “The coming of the fairies” (publicada muchos años después en España con el título de “El misterio de las hadas”. Hesperius, 1998), donde recogía esta singular historia: 

“A comienzos del mes de mayo, de 1920, hablando con mi amigo el Sr. Gow, redactor en jefe de la revista Light, tuve conocimiento de que alguien se enorgullecía de haber fotografiado hadas…”. 

En realidad el amigo de Conan Doyle no había visto las famosas fotos personalmente, sin embargo pudo encaminar a Conan Doyle hacia la Sra. Scatcherd quien, aunque tampoco había visto la fotos de hadas, pudo facilitar al creador de Sherlock Holmes copia de una carta que le había enviado la hermana del Sr. Edward L. Gardner, un veterano miembro de la Sociedad Teosófica –más exactamente de la logia Blavatsky de Londres- quien, gracias a sus conferencias sobre espiritismo en la Sala Mortimer, había entrado en contacto con una familia de Bradford, que poseía dos supuestas fotos de hadas, llegando a proyectarlas en alguna de sus charlas. 

Como no podía ser menos, el creador del detective más famoso de la historia siguió la pista. Y tras averiguar que las fotos habían sido enviadas a la Sra. E. Blomfield para un peritaje, dirigió allí sus pesquisas hasta, por fin, poder ver con sus propios ojos las ansiadas fotografías. Concretamente se trataba de dos placas de 8,2 cm x 10,8 cm, una muy nítida y la otra sobrexpuesta. Fotos que reconoce le dejaron “encantado” y califica de “maravillosas”. De esta forma Conan Doyle creyó encontrar la prueba que ansiaban todos los teósofos y esoteristas del Londres de principios de siglo, para demostrar que sus convicciones sobre el más allá, los seres espirituales, y lo sobrenatural, eran mucho más que vanas conjeturas. Y sin dudarlo un segundo decidió sumergirse en la investigación de aquel misterio. 

Resulta entrañable estudiar las primeras cartas que Conan Doyle se intercambió con los protagonistas de esta historia, y a las que EOC ha tenido acceso, como a otra mucha documentación de la época. Y demuestran hasta que punto Doyle, y muchos de sus contemporáneos, se implicaron emocionalmente con aquel misterio, que el célebre escritor soñaba como la anhelada prueba de que sus convicciones sobre el más allá eran acertadas. 


LAS HADAS ANTE LA CÁMARA 

Las imágenes en cuestión habían sido tomadas por Elsie Wright, de 16 años, y su prima Frances Griffith, de 10, la cual, aunque vivía normalmente en Sudáfrica, se encontraba pasando unas vacaciones en la casa de sus tíos, en Bradford. Elsie, la mayor, era una joven adolescente apasionada por el mundo de las hadas, las cuales dibujaba constantemente, ya que afirmaba poder verlas desde dos años, ante el natural escepticismo de sus padres. 

Una tarde de sábado, en julio de 1917, Elsie y Frances pidieron insistentemente al padre de la primera su cámara fotográfica, una Migd de placas, para poder fotografiar las hadas. Tras mucha insistencia Arthur Wright, padre de Elsie, se la dejó, enseñándoles como apretar el disparador, y pidiéndoles que tuviesen mucho cuidado con ella. Las niñas se marcharon muy contentas y, según recordaría la madre de Elsie en sus entrevistas con Conan Doyle, apenas estuvieron una hora fuera de casa, volviendo hacia las cuatro de la tarde. Cuando regresaron devolvieron la cámara intacta pero con unas cuantas impresiones marcadas en las placas. A excepción de las ropas mojadas de Frances, que accidentalmente se había caído en el arroyo, nada parecía indicar que las muchachas hubiesen hecho algo que no fuera jugar y divertirse como de costumbre. A menos que Frances no se hubiese caído, sino que alguien la hubiese arrojado al río… 

Arthur Wright reveló manualmente las placas –exactamente unas Imperaial Rapid de 8,2 por 10,8 cm- en su laboratorio doméstico, y descubrió que en los clisés aparecían unas extrañas manchas blancas que se anteponían al rostro de Frances. Cuando le preguntó a su hija qué creía que podía ser, Elsie aseguró que eran sus amigas las hadas. El Sr. Wrigyt se rió de la infantil ocurrencia y las guardó en un cajón, pensando que las manchas podrían ser hojas o papeles arrastrados por el viento. 

Unas semanas después, en agosto, las niñas volvieron a salir al bosque con la cámara, de nuevo hacia las cuatro de la tarde, y de nuevo Arthur Wright se sorprendió al encontrar una extraña mancha en el clisé. Esta vez era su propia hija, Elsie, la que aparecía al lado de lo que aparentaba ser un pequeño gnomo. Convencido de que las niñas querían gastarle una broma, les prohibió volver a utilizar su cámara. Pero la mecha del cohete ya estaba encendida… Cuando, tres años después, tras asistir a una conferencia sobre espiritismo en la Sociedad Teosófica, la madre de Elsie mostró la fotos a Gardner, este no cabía en si de júbilo. El mismo júbilo que compartiría poco después con Arthur Conan Doyle cuando ambos se dedicaron a investigar tan sugerente caso. 

Tanto la casa de fotografía Kodak, como los laboratorios de la compañía Illingworth analizaron las placas, pero sus conclusiones fueron demasiado ambiguas como para frenar la repercusión internacional de las imágenes. 

En la Navidad de 1920 la revista Strand Magazine publicó un artículo sobre las hadas firmado por Arthur Conan Doyle, e ilustrado con las fotografías de Cottingley. Sin embargo en aquel primer artículo, y para proteger la identidad de las protagonistas, Conan Doyle cambió el nombre de la famila protagonista, por el de Carpenter, y el del pueblo, por West Riding. Pero la confidencialidad duró poco. El 12 de enero de 1921 el revista Westminster Gazette, que había enviado un reportero a investigar el caso, encabezaba la línea escéptica sobre el caso, publicando la verdadera identidad de las niñas, y el lugar de los hechos, publicando incluso -imprudentemente- el domicilio de los Wright: Lynwood Terrace, nº 31, de Cottingley, cerca de Bradford (Yorkshire). La actitud de aquel periodista dañó irreparablemente la vida de los Wright para siempre, como suele ocurrir. 

Otros medios, como el semanario Birminghan Weekly Post se unieron a la campaña contra las hadas de Cottingley, publicando artículos muy agresivos, como los firmados por el mayor Edwards, atacando duramente a Conan Doyle, y sugiriendo que al menos una de las niñas poseía buenos conocimientos de fotografía, como para falsificar las fotos. También los miembros de la (SPR), de la que Doyle era miembro activo desde 1891, se inclinaron por la teoría del fraude, insistiendo en que no se identificase al crédulo Doyle con la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, que luchaba por reivindicar la naturaleza científica del estudio de lo paranormal. Los estudiosos más críticos subrayaban que Elsie había trabajado, durante seis meses, en casa de un fotógrafo profesional, aunque fuese solo de recadera. Uno de los más prudentes, sir Oliver Lodge intentó explicar las fotografías desde una perspectiva racional y afrimó “que sin acusar a nadie, la hipótesis más simple parece ser que una niña imaginativa, jugando a fingir y simular, pudo secundar inocentemente la fantasía de sus amigas, realizando figuras creadas por ella, si es que tenía tal habilidad, y esas figuras quizás fueron luego fotografiadas…”. 

Sin embargo algunos investigadores no dudaron en acudir a “detectives psíquicos” para obtener nuevas evidencias, y así se solicitó al clarividente Geoftrey Hodson que se trasladara a este pueblo para que confirmase si él podía «ver» también a las «bellas damitas del arroyo» como se las llamaba. Efectivamente, Hodson llegó a sostener que había visto, a nivel astral, a una de ellas. (¿) 

Como él, cientos de personas se desplazaron a Cottingley con la esperanza de ver, y hasta cazar, un hada. Y las invasiones de fincas y terrenos privados, por una legión de curiosos, provocó numerosos disturbios y tensiones. Tensiones acrecentadas por la polémica que se radicalizaba cada día. ¿Eran auténticas las fotos de las hadas o se trataba de un montaje? 

Puestas así las cosas, el siguiente paso era obvio. Se entregaría una nueva cámara a las niñas para que intentasen realizar nuevas fotos de hadas… y las consiguieron. 

Hubo que esperar algunos meses, ya que Frances ya no vivía con sus tíos y era necesario –según la inocente creencia de los investigadores- que ambas niñas estuviesen juntas para que apareciesen las hadas. Recuerda Doyle en su libro: “necesitábamos la fusión de las auras de las dos muchachas” (Pag. 71). 

En los 15 días que Frances pasó visitando a su prima Elise hizo muy mal tiempo en Inglaterra, y apenas contaron con dos horas de buen sol en esas dos semanas. Las niñas tomaron las fotos en cuestión el jueves 26 de agosto y el sábado 28, con las placas entregadas por Gardner y con una cámara fotográfica igualmente facilitada por el investigador, y sellada secretamente por la compañía Illingword, que colaboró en el experimento. Y es que es justo reconocer que casi todo el peso de la investigación de campo pesó sobre Gardner, quien en carta fechada el 6 de septiembre comunica a Conan Doyle el éxito la experiencia. Las niñas habían tomado 3 nuevas fotos sobrenaturales: dos imágenes de hadas voladoras y un “nido de hadas”. 

Resulta encantador leer, en la correspondencia entre Gardner y Conan Doyle, la emoción con que ambos estudiosos, convencidos ya de la autenticidad de las imágenes interpretan las mismas: “…el hada que ofrece un ramo de flores… es un modelo de majestad y dulzura…”; “… hay un hada desvestida con aire de preguntarse si es hora de levantarse…”; etc. (Gardner a Conan Doyle, 27 de noviembre de 1921). 

El creador de Sherlock Holmes, ante estas nuevas “pruebas” no duda en concluir que las hadas de Cottingley son criaturas sobrenaturales absolutamente reales, aventurando incluso su estatura: “de entre treinta y cuarenta centímetros de alto” (Pag. 110). Doyle no dudo en acudir a su “amigo” el célebre ilusionista Harry Houdini quien, con su cruel sentido del humor característico, calificó las fotos ambiguamente de “revelación”, lo que reforzó la creencia de Conan Doyle. Doyle, por otro lado, siempre pensó que Houdini mentía al decir que realizaba sus demostraciones con trucos de prestidigitación… A los magos le gusta con frecuencia jugar con la credulidad de su publico, y con sus emociones. 

En agosto de 1921 se intentó un nuevo experimento, entregando mejor material fotográfico a las niñas, pero no hubo más fotos de hadas...


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