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EPIFANÍAS OVNI. CONTACTADOS Y SECTAS UFOLÓGICAS. CUADERNO DE CAMPO 11.

KAMA SUTRA: LLEGAR A DIOS POR EL SEXO


El término Kama Sutra se ha convertido en sinónimo de una sensualidad matemática, y casi acrobática, que no deja nada a la improvisación y que resulta excesiva y extravagante hasta lo inverosímil. Esta fama que acompaña al Tratado sobre el amor ha nacido de la larga enumeración, contenida en su segunda parte, de las posturas amorosas, besos, abrazos, arañazos, mordiscos y cosas parecidas, que sin duda resultan sorprendentes para un lector occidental, en general más hipócritas en todo lo referente al sexo. 

En el Kama Sutra se describen, por ejemplo, «cuatro clases de amor, siete formas de cópula, tres maneras de besar a una doncella inocente y nueve maneras de mover el pene dentro de la vagina». Pero también aconsejaba sobre las buenas maneras y las facultades que debían adquirir las jóvenes damas, como costura, danza, juego e incluso hechicería. 

Toda la concepción india del amor se deriva del deseo sensual, de la atracción física, que no se degrada nunca a un segundo plano. Por lo tanto es un tratado con intenciones científicas y educativas, creado para enseñar a los hombres y a las mujeres el comportamiento que deben tener ante el deseo y para conseguir una placentera vida amorosa. Este manual se ha hecho famoso por las posturas sexuales físicamente rigurosas que describe, si bien intentaba además ser una guía sensual para poder apreciar el perfume, la danza, la música y la poesía. Pero pese a todo, según su creador, la búsqueda del kama (placer y amor) está íntimamente ligada al destino de la persona. 

El Kama Sutra no fue publicado en Occidente, en inglés, hasta 1883. Eso sí, con una edición de sólo doscientos cincuenta ejemplares y una etiqueta que advertía de su «circulación privada». Los moralistas europeos se escandalizaron ante las detalladas descripciones de posturas y prácticas sexuales, muy alejadas de la función reproductiva del coito exclusivizada por las iglesias católica y anglicana. Pura hipocresía. 

Como cuenta Rubén Solís Krause, en su prólogo a Más allá del Kama Sutra, comparado con los morbosos textos literarios de algunos escritores occidentales de los siglos XIX y XX, los autores del Kama Sutra indio no eran más que unos «ingenuos, espirituales, líricos y románticos». 

Las acrobáticas posturas del Kama Sutra, sus consejos y descripciones de orgías, felaciones, cunnilingus, onanismo, etc., palidecen completamente ante el Marqués de Sade y la historia de Tustine, o el célebre caso de necrofilia contado por Guillaume Apollinaire en Las once mil vergas. Por no hablar de Alfred de Musset o Pierre Louys, que no sacralizaban, precisamente, sus perversas fantasías sexuales. Aleister Crowley encontró aquí la inspiración de su obra erótico-satánica según el texto sánscrito original del Kama Sutra.

Efectivamente, al principio, Prayapati, después de haber creado a los seres vivos, propuso en cien mil capítulos las normas para conseguir los tres fines de la vida, normas que son, para las criaturas, el fundamento de su existencia. Más tarde, Manu Svayambhuva acotó una parte, la que se refiere a la Ley Sagrada; Brhaspasti separó la que hace referencia a lo Util, y Nandin, siervo de Mahadeva, expuso por separado el Tratado sobre el amor en mil capítulos. Luego Svetaketu abrevió este tratado a quinientos capítulos; y, a su vez, Babhravya resumió la obra en ciento cincuenta capítulos, divididos en siete secciones: parte general; la unión erótica; las relaciones con las doncellas; las mujeres casadas; las esposas de otro; la prostitución; y, por último, las doctrinas secretas. 

De este resumen, Dattaka trató por separado la sexta sección, dedicada a las prostitutas, a petición de las cortesanas de Pataliputra. Carayana, siguiendo su ejemplo, expuso en obra separada la parte general; Suvamanabha, la parte sobre la unión erótica; Ghotakamukha, la de las relaciones con las doncellas; Gonardiya, la de las mujeres casadas; Gonikaputra, la de las esposas de otro; y Kucumara, las doctrinas secretas.

Filosofías aparte, lo que realmente ha hecho famoso al Kama Sutra son sus posturas sexuales. Las más importantes: 

- La Carretilla. 
- La Hamaca. 
- El Molde. 
- El Trapecio. 
- El Espejo del Placer. 
- El Tornillo La Amazona. 
- La Butaca Somnolienta.
- Sorpresa. 
- La Medusa. 
- La Profunda. 
- Cara a Cara. 
- Variante de Cara a Cara. 
- Variante de la Fusión. 
- La Fusión. 
- El Sometido. 
- Variante del Sometido. 
- Súper Abrazo. 
- Las Aspas del Molino. 
- El Arco. 
- Catapulta Salvaje. 
- La Doma. 
- Variantes de La Doma. 
- El Acróbata. 
- La Postura del Placer. 
- Posesión La Libélula, etc.

No cabe duda de que, para los hindúes, el sexo no es una práctica limitada a la procreación, como ocurre en la teología católica y en la mayor parte de cultos cristianos, sino una expresión de la espiritualidad humana. Para el viajero occidental resulta chocante, y a veces incómodo, acudir a un recinto religioso y toparte con un auténtico filme pornográfico esculpido en las paredes de los templos, donde parece que los Rocco Siffredi del pasado hindú fueron divinizados como dioses. Escenas de orgías, sexo oral o anal, zoofilia, onanismo y casi cualquier otra parafilia compiten en majestuosidad artística con las esculturas de Vishnu, Kali, Shiva, o cualquier otra forma de dios. ¿Por qué? 

Las modernas escuelas tántricas intentan reivindicar sus licenciosas práctias sexuales en una tradición remota, recogida en textos como el Kama Sutra o el Ananga Ranga, e ilustrada en majestuosas obras arquitectónicas como los templos que salpican toda la India, decorados con escenas sexuales inequívoas. Sin duda, de todos esos templos al amor carnal los más importantes son los de Khajuraho. 

Khajuraho se extiende en un área de unos veintiún kilómetros cuadrados, flanqueada por los ríos Narmada y Chambal, y rodeado por árboles de mahua, utilizados por los nativos para fabricar el licor local, que sin duda acompañó libidinosas orgías hace siete siglos. El complejo de templos de Khajurabo es el monumento más visitado de la India después del Taj Mahal. Y no es de extrañar. Se trata, según algunos autores, del único ejemplo de arquitectura indo-aria pura. 

El complejo de templos fue construido entre los siglos IX y XI por los reyes guerreros de la dinastía Chandela. Los Chandela son uno de los clanes de Rajputs, descendientes de los Chanda Kula («luna nacida»), poderosos reyes que gobernaron la parte central de India durante cinco siglos a partir del siglo IX d.C. 

Sabemos que Khajuraho continuó siendo capital religiosa de los Chandela hasta el siglo XIV porque mi admirado viajero Ibn Battuta (el Marco Polo árabe) visitó la zona en 1335, describiendo en sus crónicas un lugar llamado «Kajarra» habitado por yoguis de pelo largo y piel amarillenta que practicaban el ayuno. Se cree que construyeron ochenta y cinco templos, pero sólo quedan veinticinco, aunque por su espectacularidad y belleza merecen la pena. De hecho, el visitante no debería perderse los espectáculos de luz y sonido que se realizan cada tarde sobre la fachada de dichos templos. 

Sin embargo, y pese a su fascinante y provocadora arquitectura, Khajuraho perdió su protagonismo social, político y religioso en el XVI, sumiéndose en el olvido, como ocurrió en Latinoamérica con las grandes capitales mayas, incas o aztecas. Y permaneció olvidado hasta 1838, cuando el capitán T. S. Buró, oficial británico al mando de las tropas coloniales, lo redescubrió casualmente al desviarse del itinerario oficial para seguir un sendero en la selva. 

No cabe duda de que el flemático oficial británico debió sentir una profunda dicha ante el sensacional descubrimiento arqueológico. Por ello escribió, dejándose llevar por su entusiasmo: «[Khajuraho] probablemente es el mayor número de templos congregado en un solo lugar». Está claro que no conocía Karnak. Pero esa felicidad probablemente se tornó estupor, pudor y hasta sonrojo al despejar de vegetación las paredes de los templos y toparse con sus inequívocas esculturas. El escándalo estaba garantizado, y a ojos de los británicos aquellas escenas «pornográficas» sin duda demostraban la desvergüenza de los nativos hindúes y sus obscenas creencias sectarias. 

Las escenas sexuales de aquellos templos provocaron tal estruendo que algunas autoridades coloniales autorizaron el destrozo y vandalismo en los templos de Khajuraho. El célebre filósofo y pensador Rabindranath Tagore debió escribir una carta a las autoridades hindúes explicando que aquél era un tesoro nacional y no podía demolerse porque algunas personas europeas creyeran que sus antepasados no eran seres sexuales. 

Según Alexander Cunningham, el nombre Khajuraho proviene de khajoor (árbol de palma de dátiles), ya que, según la leyenda, un par de palmas de dátiles de oro adornaban la antigua ciudad de Khajuraho. En 1862 Cunningham visitó el lugar y redactó un informe contabilizando ochocientas setenta y dos estatuas, de las cuales seiscientas cuarenta y seis estaban en el exterior de los templos. Todas ellas son espectaculares. Resulta sobrecogedor contemplar los diminutos detalles de los pliegues de la ropa, gotas de agua, uñas, etc. plasmados en esas esculturas de una estética sublime. Esculturas, dentro y fuera de los abundantes templos de Khajuraho, que han sido divididas por los expertos en cinco categorías de estatuas:

1) Imágenes de culto.

Esculturas de Shiva, Vishnu, Surya o los Tirhankaras Jain, tallados estrictamente de acuerdo con las reglas canónicas. Estas figuras, de los dioses importantes, están situadas en el sancta sanctorum interno de los templos. 

2) Divinidades, dioses y diosas menores, apsaras y surasundaris.

Las nayikas son ninfas encantadoras, talladas con extraordinario detalle. Voluptuosas y provocativas. Pueden verse como sirvientes de las deidades mayores. 

3) Bailarines y músicos, cazadores, ejércitos marchando, luchas, maestros y alumnos y otras escenas de la vida cotidiana. 

4) Animales y hombres con cabeza de animal (elefante, jabalí, mono, loro...). 

Tienen un profundo contenido simbólico. 

Y por último, y más importante: 

5) Mithunas, o parejas en relaciones sexuales. 

Las parejas o grupos realizan actos descritos en el Kama Sutra, Rati Rahsya o Ananga Ranga: orgías, zoofilia, onanismo, felaciones, cunnilingus, etc. 

El objeto de esas escenas eróticas, que van mucho más allá de la representación de un hombre y una mujer haciendo el amor, es incomprensible para muchos viajeros, entre los que yo me encuentro. Entre las insólitas propuestas, algunos estudiosos afirman que aquellas escenas tenían por objeto purgar a los devotos, ya que sólo el que resistiese la tentación de la carne ante aquella provocación lujuriosa era digno de entrar al templo. Otros aseguran que las figuras de Khajuraho simbolizan la desnudez espiritual del hombre a través de la muestra pública de nuestras mayores fantasías y perversiones. Para algunos otros los constructores de aquellos templos veneraban el placer carnal como el único «paraíso» real al que podía aspirar un hombre... 

A lo mejor las cosas son más sencillas, y en el fondo los arquitectos de aquellos recintos sagrados comprendieron que los hombres somos iguales sin distinción de raza, credo o nación. Nuestra mente, nuestra química y nuestras emociones son básicamente las mismas en cualquier rincón del planeta. Y como diría Sigmund Freud, el motor de toda esa neuroquímica y emociones el deseo y el sexo. 

Acertado Freud o no, lo cierto es que, si somos capaces de trascender imágenes de orgías, zoofilia y demás que ilustran los templos de Khajuraho, nos encontraremos con una de las expresiones más hermosas y detalladas de la arquitectura asiática. Pero en Khajuraho hay algo más... 



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